miércoles, 17 de junio de 2015

Década de la Educación para un Futuro sostenible



 INTRODUCCIÓN



Quizás debamos comenzar preguntándonos por qué, desde las Naciones Unidas, se ha considerado necesario instituir una Década de la Educación para un Futuro Sostenible.

Vivimos una situación de auténtica emergencia planetaria, marcada por toda una serie de graves problemas estrechamente relacionados: contaminación y degradación de los ecosistemas, agotamiento de recursos, crecimiento incontrolado de la población mundial, desequilibrios insostenibles, conflictos destructivos, pérdida de diversidad biológica y cultural.
Esta situación de emergencia planetaria aparece asociada a comportamientos individuales y colectivos orientados a la búsqueda de beneficios particulares y a corto plazo, sin atender a sus consecuencias para los demás o para las futuras generaciones. Un comportamiento fruto, en buena medida, de la costumbre de centrar la atención en lo más próximo, espacial y temporalmente.
Los educadores, en general, no estamos prestando suficiente atención a esta situación, pese a llamamientos como los de las Naciones Unidas en las Cumbres de La Tierra (Río, 1992, y Johannesburgo, 2002).

Es preciso, por ello, asumir un compromiso para que toda la educación, tanto formal (desde la escuela primaria a la universidad) como informal (museos, media...), preste sistemáticamente atención a la situación del mundo, con el fin de proporcionar una percepción correcta de los problemas, y de fomentar actitudes y comportamientos favorables para el logro de un desarrollo sostenible. Se trata, en definitiva, de contribuir a formar ciudadanas y ciudadanos conscientes de la gravedad y del carácter global de los problemas, y preparados para participar en la toma de decisiones adecuadas.

El compromiso, en primer lugar, de incorporar a nuestras acciones educativas la atención a la situación del mundo, promoviendo entre otros:

Un consumo responsable, que se ajuste a las tres «erres» (reducir, reutilizar y reciclar), y que atienda a las demandas del «comercio justo».

La reivindicación y el impulso de desarrollos tecnocientíficos favorecedores de la sostenibilidad, con control social y con la aplicación sistemática del principio de precaución.

Acciones sociopolíticas en defensa de la solidaridad y de la protección del medio, a escala local y planetaria, que contribuyan a poner fin a los desequilibrios insostenibles y a los conflictos asociados, con una decidida defensa de la ampliación y de la generalización de los derechos humanos al conjunto de la población mundial, sin discriminaciones de ningún tipo (étnicas, de género...).

La superación, en definitiva, de la defensa de los intereses y de los valores particulares a corto plazo, y la comprensión de que la solidaridad y la protección global de la diversidad biológica y cultural constituyen requisitos imprescindibles para una auténtica solución de los problemas.

El compromiso, en segundo lugar, de multiplicar las iniciativas para implicar al conjunto de los educadores con campañas de difusión y de concienciación en los centros educativos, con congresos, encuentros y publicaciones..., y, finalmente, el compromiso de un seguimiento cuidadoso de las acciones realizadas, dándolas a conocer para un mejor aprovechamiento colectivo.

¿QUÉ ENTENDER POR SOSTENIBILIDAD?




El concepto de sostenibilidad surge por vía negativa, como resultado de los análisis de la situación del mundo, que puede describirse como una «emergencia planetaria» (Bybee, 1991), como una circunstancia insostenible que amenaza gravemente el futuro de la humanidad.

Un futuro amenazado es, sin ir más lejos, el título del primer capítulo de Nuestro futuro común, el informe de la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo (cmmad, 1988), organización a la que debemos uno de los primeros intentos de introducir el concepto de sostenibilidad o de sustentabilidad: «El desarrollo sostenible es el desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades».

La supeditación de la naturaleza a las necesidades y a los deseos de los seres humanos ha sido vista siempre como signo distintivo de sociedades avanzadas, explica Mayor Zaragoza (2000) en Un mundo nuevo. Ni siquiera se planteaba como supeditación: la naturaleza era prácticamente ilimitada, y se podía centrar la atención en nuestras necesidades sin que tuviéramos que preocuparnos por las consecuencias ambientales. El problema ni siquiera se planteaba. Después han venido las señales de alarma de los científicos, los estudios internacionales..., pero todo eso no ha calado en la población, como tampoco en los responsables políticos, en los educadores, o en quienes planifican y dirigen el desarrollo industrial o la producción agrícola.

Cabe señalar que todas esas críticas al concepto de desarrollo sostenible no representan un serio peligro; más bien utilizan argumentos que refuerzan la orientación propuesta por la cmmad, y salen al paso de sus desvirtuaciones. El auténtico peligro reside en la acción de quienes siguen actuando como si el medio pudiera soportarlo todo, y que son, hoy por hoy, la inmensa mayoría de los ciudadanos y de los responsables políticos. No se explican de otra forma las reticencias para aplicar, por ejemplo, acuerdos tan modestos como el de Kyoto para evitar el incremento del efecto invernadero. Ello hace necesario que nos impliquemos con decisión en esta batalla para contribuir a la emergencia de una nueva mentalidad, a una nueva forma de enfocar nuestra relación con el resto de la naturaleza. Como ha expresado Bybee (1991), la sostenibilidad constituye «la idea central unificadora más necesaria en este momento de la historia de la humanidad». Una idea central que se apoya en el estudio de los problemas, en el análisis de sus causas y en la adopción de medidas correctoras. Comenzaremos refiriéndonos a algunos problemas.

LOS PROBLEMAS. UNA CONTAMINACIÓN SIN FRONTERAS



El problema de la contaminación es el primero que nos suele venir a la mente cuando pensamos en la situación del mundo, puesto que hoy la contaminación ambiental no conoce fronteras y afecta a todo el planeta. Eso lo expresó con toda claridad el ex presidente de la República Checa, Vaclav Havel, hablando de Chernobyl: «una radioactividad que ignora fronteras nacionales nos recuerda que vivimos –por primera vez en la historia– en una civilización interconectada que envuelve el planeta. Cualquier cosa que ocurra en un lugar, puede, para bien o para mal, afectarnos a todos».

Conviene recordar, además, que este envenenamiento del planeta por los productos químicos de síntesis, y, en particular, por el ddt, ya había sido denunciado a finales de los años cincuenta por Rachel Carson en su libro Primavera silenciosa, en el que daba abundantes pruebas de los efectos nocivos del ddt (Carson, 1980), lo que no impidió que fuera criticada de forma virulenta por buena parte de la industria química, por los políticos, e, incluso, por numerosos científicos, quienes negaron valor a sus pruebas y la acusaron de estar en contra de un progreso que permitía dar de comer a una población creciente y salvar así muchas vidas humanas. Sin embargo, apenas diez años más tarde, se reconoció que el ddt era en realidad un peligroso veneno, y se prohibió su utilización... en el mundo desarrollado, pero continuó empleándose en los países en desarrollo, al tiempo que otros cop venían a ocupar su lugar.

Son numerosos los casos de contaminación y de problemas ambientales que los seres humanos estamos provocando desde los inicios de la revolución industrial, y, muy en particular, durante el último medio siglo. Habría que referirse a la contaminación provocada por las pilas y por las baterías eléctricas, que utilizan reacciones químicas entre sustancias que son, por lo general, muy nocivas. Millones de ellas son arrojadas todos los años a los vertederos, incorporándose después al ciclo del agua muchas de esas sustancias tóxicas, algunas de las cuales, como el mercurio, son en extremo peligrosas.

Entre los muchos ejemplos que podemos considerar, debemos referirnos a otras graves formas de contaminación, tales como las que suponen las dioxinas, sustancias cancerígenas que se producen al incinerar residuos sólidos urbanos, para «resolver» así la cuestión que plantea su acumulación, sin proceder a los necesarios estudios de impacto. Lo mismo ha ocurrido al pretender resolver el dilema de los despojos animales, reutilizándolos en forma de piensos (harinas cárnicas), que han terminado generando el problema mucho mayor de las «vacas locas», obligando a sacrificar millones de cabezas de ganado.

Pero quizás el más grave asunto de los asociados a la contaminación al que se enfrenta la humanidad en el presente, sea el que se deriva del incremento de los gases de efecto invernadero. Su importancia exige un tratamiento particularizado, y nos remitimos por ello al tema clave del cambio climático para el análisis específico del mismo.

Por último, nos referiremos de manera muy breve a otras formas de contaminación que suelen quedar relegadas a ser consideradas como problemas menores, pero que son también perniciosas para los seres humanos y deben ser igualmente atajadas:

La contaminación acústica, asociada a la actividad industrial, al transporte y a una inadecuada planificación urbanística, que es causa de graves trastornos físicos y psíquicos. La contaminación lumínica, que en las ciudades, a la vez que supone un derroche energético, afecta al reposo nocturno de los seres vivos alterando sus ciclos vitales y suprimiendo el paisaje celeste, lo que contribuye a una contaminación visual que altera y que degrada el paisaje, a la que están contribuyendo gravemente todo tipo de residuos, un entorno urbano antiestético, etc. La contaminación del espacio próximo a la Tierra, con la denominada «chatarra espacial» (cuyas consecuencias pueden ser funestas para la red de comunicaciones, lo que ha convertido a nuestro planeta en una aldea global).

 LOS PROBLEMAS. EL CAMBIO CLIMÁTICO



La alerta ante la evolución del clima se declara por primera vez a finales de los años sesenta con el establecimiento del Programa Mundial de Investigación Atmosférica, si bien las decisiones políticas iniciales en torno a dicho problema tienen lugar en 1972, con motivo de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano (cnumah). En dicha Conferencia se propusieron las actuaciones necesarias para mejorar la comprensión de las causas que estuvieran provocando un posible cambio climático. Ello dio lugar, en 1979, a la convocatoria de la Primera Conferencia Mundial sobre el Clima.

Un paso importante en cuanto a la necesidad de investigaciones y de acuerdos internacionales para resolver los problemas se llevó a cabo con la constitución, en 1983, de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, conocida como Comisión Brundtland. El informe de la Comisión subrayaba la necesidad de iniciar las negociaciones para un tratado mundial sobre el clima, para investigar los orígenes y los efectos de un cambio climático, para vigilar científicamente el clima, y para establecer políticas internacionales conducentes a la reducción de las emisiones a la atmósfera de los gases de efecto invernadero.

A finales de 1990 se celebró la Segunda Conferencia Mundial sobre el Clima, reunión clave para que las Naciones Unidas iniciaran el proceso de negociación que condujese a la elaboración de un tratado internacional sobre dicha materia.

La responsabilidad del incremento del efecto invernadero, y el consiguiente aumento de la temperatura media del planeta, es compartida casi al 50% entre la deforestación y el aumento de emisiones de CO2 y demás gases invernadero. Y sus consecuencias comienzan ya a ser perceptibles (Folch, 1998; McNeill, 2003; Vilches y Gil-Pérez, 2003; Lynas, 2004):

Disminución de los glaciares y deshielo de los casquetes polares, con la consecuente subida del nivel del mar y la destrucción de ecosistemas esenciales como humedales, bosques de manglares y zonas costeras habitadas.
Alteraciones en las precipitaciones, y un aumento de fenómenos extremos (sequías, lluvias torrenciales, avalanchas de barro...)
Acidificación de las aguas y destrucción de los arrecifes de coral, auténticas barreras protectoras de las costas y hábitat de innumerables especies marinas.
Desertización.
Alteración de los ritmos vitales de numerosas especies.

Todo ello con graves implicaciones para la agricultura, para los bosques, para las reservas de agua..., y, en definitiva, para la salud humana (Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, 1988; McNeill, 2003). Las nuevas predicciones del ipcc para el siglo xxi señalan que las temperaturas globales seguirán subiendo, que el nivel del mar experimentará ascensos significativos, y que la frecuencia de los fenómenos climáticos extremos aumentará.

 LOS PROBLEMAS. LA BIODIVERSIDAD AMENAZADA



Es preciso reflexionar acerca de la importancia de la biodiversidad y de los peligros a los que está sometida en nuestros días a causa del actual crecimiento insostenible, guiado por intereses particulares a corto plazo y por sus consecuencias: una contaminación sin fronteras, el cambio climático... Para algunos, la creciente preocupación por la pérdida de biodiversidad es exagerada, y aducen que las extinciones constituyen un hecho regular en la historia de la vida: se sabe que han existido miles de millones de especies desde los primeros seres pluricelulares, y que el 99% de ellas ha desaparecido.

En la Conferencia Internacional sobre Biodiversidad, celebrada en París en enero de 2005, se contabilizaron más de 15.000 especies animales y otras 60.000 especies vegetales en riesgo de extinción, hasta el punto de que el director general del Programa de la onu para el Medioambiente, Klaus Töpfer, señaló que el mundo vive una crisis sin precedentes desde la extinción de los dinosaurios, añadiendo que ha llegado el momento de que nos planteemos cómo interrumpir esta pérdida de diversidad por el bien de nuestros hijos y de nuestros nietos. Pero, en realidad, ya hemos empezado a pagar las consecuencias: una de las lecciones del maremoto que afectó al sudeste asiático el 26 de diciembre de 2004 –ha recordado también Töpfer–, es que los manglares y los arrecifes de coral juegan un papel de barrera contra las catástrofes naturales, y que allí donde habían sido destruidos se multiplicó la magnitud del desastre.

Por otra parte, existe el peligro de acelerar aún más el acoso a la biodiversidad con la utilización de los transgénicos. Es verdad que puede parecer positivo modificar la carga genética de algunos alimentos para protegerlos contra enfermedades, contra plagas e incluso contra los productos dañinos que nosotros mismos hemos creado y esparcido en el ambiente. Pero esas especies transgénicas pueden tener efectos contraproducentes, en particular por su impacto sobre las especies naturales, a las que pueden llegar a desplazar por completo. Sería necesario proceder a períodos suficientemente extensos de ensayo hasta tener garantías bastantes sobre su inocuidad.

LOS PROBLEMAS. LA DESTRUCCIÓN DE LA DIVERSIDAD CULTURAL



El tratamiento de la diversidad cultural puede concebirse, en principio, como continuación de lo visto en el apartado dedicado a la biodiversidad, en cuanto extiende la preocupación por la pérdida de biodiversidad al ámbito cultural. La pregunta que se hace Maaluf (1999) expresa con toda claridad esta vinculación: «¿Por qué habríamos de preocuparnos menos por la diversidad de culturas humanas que por la diversidad de especies animales o vegetales? Ese deseo nuestro, tan legítimo, de conservar el entorno natural, ¿no deberíamos extenderlo también al entorno humano?». Pero decimos en principio, porque es preciso desconfiar del «biologismo», es decir, de los intentos de extender a los procesos socioculturales las leyes de los procesos biológicos. Son intentos con frecuencia simplistas y del todo inaceptables, tal como muestran, por ejemplo, las referencias a la selección natural para interpretar y para justificar el éxito o el fracaso de las personas en la vida social.

Las ventajas de la diversidad cultural no se reducen a las de la pluralidad lingüística. Es fácil demostrar que la diversidad de las contribuciones que los distintos pueblos han hecho en cualquier aspecto (la agricultura, la cocina, la música, etc.), constituye una riqueza para toda la humanidad.

Sin embargo, parece obligado reconocer que esta diversidad está generando terribles conflictos. ¿No son, acaso, las particularidades las que enfrentan de manera sectaria a unos grupos contra otros, no son las causantes de las «limpiezas étnicas», de los rechazos a los inmigrantes...?

Es preciso rechazar con contundencia esa atribución de los conflictos a la diversidad cultural. Son los intentos de suprimir la diversidad los que generan los problemas, cuando se exalta «lo propio» como lo único bueno, como lo único verdadero, y se mira a los otros como infieles a los que hay que convertir, naturalmente por la fuerza. O cuando se considera que los otros representan «el mal», la causa de nuestros problemas, y se busca «la solución» mediante su anulación. Los enfrentamientos no surgen porque existan particularismos, no son debidos a la diversidad, sino a su rechazo (Vilches y Gil-Pérez, 2003). Son debidos a los intentos de homogeneización forzada, que nos transforman en víctimas o en verdugos..., y a menudo en víctimas y en verdugos, las dos cosas a la vez o alternativamente, según se modifique la correlación de fuerzas. Pueblos que han visto que se les niega el derecho a hablar su lengua, a practicar su religión, etc., pasan a sojuzgar a otros cuando las circunstancias les son «favorables». Todo ello en nombre de lo propio y en contra de los otros. Todo en nombre del rechazo de la diversidad y de la sacralización de la propia identidad. Por eso Maaluf (1999) habla de «identidades asesinas».

Hay que señalar esto con mucho énfasis, porque es fácil caer en analogías biologicistas, y por pensar que la solución para la diversidad cultural está en el aislamiento, en «evitar las contaminaciones». La puesta en contacto de culturas diferentes puede traducirse (y por desgracia así ha sucedido a menudo) en la hegemonía de una de esas culturas y en la minimización o la destrucción de otras; pero también es cierto el frecuente efecto fecundador, generador de novedades producidas gracias al mestizaje cultural, con la creación de nuevas formas que hacen saltar normas y «verdades» que eran consideradas «eternas e incuestionables» por la misma ausencia de alternativas. El aislamiento absoluto, a lo «talibán», no genera diversidad, sino empobrecimiento cultural.

LAS CAUSAS. UN CRECIMIENTO ECONÓMICO AL SERVICIO DE INTERESES PARTICULARES A CORTO PLAZO



¿Podemos hablar de crecimiento económico sostenible? Conviene recordar, en primer lugar, que desde la segunda mitad del siglo xx se ha producido un crecimiento económico global sin precedentes. Por dar algunas cifras, la producción mundial de bienes y servicios creció, desde unos cinco billones de dólares en 1950, hasta cerca de 30 billones en 1997, es decir, casi se multiplicó por seis. Y todavía resulta más impresionante saber que el crecimiento entre 1990 y 1997 –unos cinco billones de dólares– fue similar al que se había producido ¡desde el comienzo de la civilización hasta 1950! Se trata, pues, de un crecimiento realmente exponencial, acelerado.

Es necesario, entonces, profundizar en el estudio de las causas del actual crecimiento insostenible, guiado por intereses particulares a corto plazo –hiperconsumismo de una quinta parte de la humanidad, explosión demográfica, desequilibrios y conflictos–, y de las medidas necesarias –tecnológicas, educativas y políticas– para avanzar hacia la sostenibilidad (Vilches y Gil-Pérez, 2003).

LAS CAUSAS. DESEQUILIBRIOS EN EL CONSUMO



Al estudiar las causas de la actual situación de emergencia planetaria, hay que referirse al hiperconsumo de las sociedades «desarrolladas» y de los grupos poderosos de cualquier sociedad, que sigue creciendo como si las capacidades de la Tierra fueran infinitas (Daly, 1997; Brown y Mitchell, 1998; Folch, 1998; García, 1999). Baste señalar que los veinte países más ricos del mundo han consumido en este siglo más naturaleza, es decir, más materia prima y más recursos energéticos no renovables, que toda la humanidad a lo largo de su historia y de su prehistoria (Vilches y Gil-Pérez, 2003).

La solución al crecimiento insostenible no puede consistir en que todos vivamos sumidos en una renuncia absoluta: comida muy frugal, viviendas demasiado modestas, ausencia de desplazamientos, de prensa, etc. Ello, además, no modificaría de manera suficiente un hecho terrible que algunos estudios han puesto en evidencia: cerca del 40% de la producción fotosintética primaria de los ecosistemas terrestres es usado por la especie humana, cada año, para comer, para obtener madera y leña, etc. Incluso la más drástica reducción del consumo de ese 20% rico de los seres humanos no resuelve este problema, que amenaza muy seriamente a la biodiversidad.

En conclusión, es necesario evitar el consumo de productos que dañen el medio ambiente por su alto impacto ambiental; resulta imperioso ejercer un consumo más responsable, alejado de la publicidad agresiva que nos empuja a adquirir productos inútiles... Pero, aunque todo esto es necesario, no es suficiente. Se hace indispensable también abordar otros problemas, tales como el crecimiento explosivo que ha experimentado, en muy pocas décadas, el número de seres humanos, problema al que dedicaremos el siguiente apartado.

LAS CAUSAS. CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO, DESEQUILIBRIOS Y SOSTENIBILIDAD



Dada la frecuente resistencia a aceptar que el crecimiento demográfico representa hoy un grave problema (Vilches y Gil-Pérez, 2003), conviene proporcionar algunos datos acerca del mismo que permitan valorar su papel, junto con el hiperconsumismo de una quinta parte de la humanidad, en el actual crecimiento no sustentable (Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, 1988; Ehrlich y Ehrlich, 1994; Brown y Mitchell, 1998; Folch, 1998):

Desde mediados del siglo xx han nacido más seres humanos que en toda la historia de la humanidad, y, como señala Folch (1998), «pronto habrá tanta gente viva como muertos a lo largo de toda la historia: la mitad de todos los seres humanos que habrán llegado a existir estarán vivos».
Aunque se ha producido un descenso en la tasa de crecimiento de la población, ésta sigue aumentando en unos ochenta millones de seres cada año, por lo que se duplicará de nuevo en pocas décadas.
Como han explicado los expertos en sostenibilidad, en el marco del llamado Foro de Río, la actual población precisaría de los recursos de tres Tierras para alcanzar un nivel de vida semejante al de los países desarrollados.
«Incluso si consumieran, en promedio, mucho menos que hoy, los nueve mil millones de hombres y de mujeres que poblarán la Tierra hacia el año 2050 la someterán, inevitablemente, a un enorme estrés» (Delibes y Delibes, 2005).

Hasta aquí hemos tratado de aproximarnos a los problemas que afectan a la humanidad y a las posibles causas que están en la raíz de los mismos, que constituyen, a su vez, problemas estrechamente relacionados (Vilches y Gil-Pérez, 2003; Gil-Pérez y otros, 2003; Edwards y otros, 2004). Pero no basta con diagnosticar los problemas. Eso nos podría hacer caer en el deprimente e ineficaz discurso de «cualquier tiempo futuro será peor» (Folch, 1998). En ese sentido, Hicks y Holden (1995) afirman: «estudiar exclusivamente los problemas, provoca, en el mejor de los casos, indignación, y, en el peor, desesperanza». Es preciso, por ello, impulsar a que se exploren futuros alternativos y a que se participe en acciones que favorezcan dichas alternativas (Tilbury, 1995). Nos referiremos a esos temas en los siguientes apartados.

LAS SOLUCIONES. TECNOLOGÍAS PARA LA SOSTENIBILIDAD



Cuando se plantea el asunto de la contribución de la tecnociencia a la sostenibilidad, la primera consideración que es preciso hacer consiste en cuestionar cualquier expectativa de encontrar soluciones puramente tecnológicas a los problemas a los que se enfrenta hoy la humanidad.
Por supuesto, existe un consenso general acerca de la necesidad de dirigir los esfuerzos de la investigación y de la innovación hacia el logro de tecnologías favorecedoras de un desarrollo sostenible (Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, 1988; Gore, 1992; Daly, 1997; Flavin y Dunn, 1999), incluyendo desde la búsqueda de nuevas fuentes de energía hasta el incremento de la eficacia en la obtención de alimentos, pasando por la prevención de enfermedades y de catástrofes, por el logro de una maternidad y de una paternidad responsables, o por la disminución y el tratamiento de residuos.

Se trata, entonces, de superar la búsqueda de beneficios particulares a corto plazo, que es lo que ha caracterizado a menudo el desarrollo tecnocientífico, y potenciar tecnologías básicas susceptibles de favorecer un desarrollo sostenible que tenga en cuenta, al mismo tiempo, las dimensiones local y global de los problemas a los que nos enfrentamos.

Para terminar, debemos señalar que ya existen soluciones tecnológicas para muchos de los problemas planteados –aunque, por supuesto, será siempre necesario seguir investigando–, pero dichas soluciones tropiezan con las barreras que suponen los intereses particulares o las desigualdades en el acceso a los avances tecnológicos, que se acrecientan cada día.

Todo ello, insistimos, viene a cuestionar la idea simplista de que las soluciones a los problemas con los que se enfrenta hoy la humanidad dependen fundamentalmente de tecnologías más avanzadas, olvidando que las opciones, los dilemas, a menudo son, antes que cualquier otra cosa, éticos (Aikenhead, 1985; Martínez, 1997; García, 2004). Se precisan también medidas educativas y políticas, es decir, es necesario y urgente proceder a un replanteamiento global de nuestros sistemas de organización, porque estamos asistiendo a un deterioro ambiental que amenaza, si no es atajado, con lo que algunos expertos han denominado «la sexta extinción»ya en marcha (Lewin, 1997), de la que la especie humana sería la principal causante y la más importante víctima. A ello responde el llamamiento de las Naciones Unidas para una Década de la educación para un Futuro Sostenible.

LAS SOLUCIONES. EDUCACIÓN PARA LA SOSTENIBILIDAD



Como ha señalado la unesco: «El Decenio de las Naciones Unidas para la educación con miras al desarrollo sostenible pretende promover la educación como fundamento de una sociedad más viable para la humanidad, e integrar el desarrollo sostenible en el sistema de enseñanza escolar a todos los niveles. El Decenio intensificará igualmente la cooperación internacional en favor de la elaboración y de la puesta en común de prácticas, políticas y programas innovadores de educación para el desarrollo sostenible».

En esencia, se propone impulsar una educación solidaria –superadora de la tendencia a orientar el comportamiento en función de intereses a corto plazo, o de la simple costumbre– que contribuya a una correcta percepción del estado del mundo, que genere actitudes y comportamientos responsables, y que prepare para la toma de decisiones fundamentadas (Aikenhead, 1985) dirigidas al logro de un desarrollo culturalmente plural y físicamente sostenible (Delors, 1996; Cortina y otros, 1998).

Es necesario, también, que las acciones individuales y colectivas eviten los planteamientos parciales, centrados sólo en cuestiones ambientales (contaminación, pérdida de recursos, etc.), y que se extiendan a otros aspectos íntimamente relacionados, como el de los graves desequilibrios existentes entre distintos grupos humanos, o los conflictos étnicos y culturales (campañas favorables a la cesión del 0,7 del presupuesto, institucional y personal, para ayudar a los países en desarrollo, defensa de la pluralidad cultural, etc.). En definitiva, es preciso reivindicar de las instituciones ciudadanas que nos representan (ayuntamientos, asociaciones, parlamento...), que contemplen los problemas locales en la perspectiva general de la situación del mundo y que adopten medidas al respecto, tal como está ocurriendo ya, por ejemplo, con el movimiento de «ciudades por la sostenibilidad». Como afirman González y de Alba (1994), «el lema de los ecologistas alemanes ‘pensar globalmente, pero actuar localmente’ a lo largo del tiempo ha mostrado su validez, pero también su limitación: ahora se sabe que también hay que actuar globalmente». Ello nos remite a las medidas políticas, que, junto a las educativas y a las tecnológicas, resultan imprescindibles para sentar las bases de un futuro sostenible.

LAS SOLUCIONES. UN NUEVO ORDEN MUNDIAL HACIA EL LOGRO DE LA SOSTENIBILIDAD



No es posible abordar, desde una perspectiva local, problemas que afectan a todo el planeta; sin embargo, hoy la globalización tiene muy mala prensa, y son muchos los que denuncian las consecuencias del vertiginoso proceso de globalización financiera. Pero el problema no está en la globalización, sino en su ausencia (Vilches y Gil-Pérez, 2003). ¿Cómo puede ser globalizador un proceso que aumenta los desequilibrios? No pueden ser mundialistas quienes buscan intereses particulares a corto plazo, aplicando políticas que perjudican a la mayoría de la población. Este proceso tiene muy poco de global en aspectos que son esenciales para la supervivencia de la vida en nuestra Tierra.

El avance hacia estructuras globales de deliberación y de decisión, con capacidad para hacer efectivas sus resoluciones, se enfrenta a serias dificultades, pero constituye una exigencia, como hemos venido señalando, ya que nos va en ello la supervivencia y el derecho a la vida. Conectamos así con la cuestión fundamental de los derechos humanos, todos ellos estrechamente ligados al logro de la sostenibilidad, tal como veremos a continuación.

LAS SOLUCIONES. DERECHOS HUMANOS Y SOSTENIBILIDAD



El logro de la sostenibilidad aparece hoy asociado de forma indisoluble a la necesidad de universalización y de ampliación de los derechos humanos. Sin embargo, esta vinculación tan directa entre superación de los problemas que amenazan la supervivencia de la vida en la Tierra y la universalización de los derechos humanos, suele producir extrañeza y dista mucho de ser aceptada con facilidad. Por ello, conviene detenerse, aunque sea de manera muy breve, en lo que se entiende hoy por Derechos Humanos, un concepto que ha ido ampliándose hasta contemplar tres «generaciones» de derechos (Vercher, 1998), que constituyen, como ha sido señalado, requisitos básicos de un desarrollo sostenible.

Nos referimos a la necesidad de contemplar, igualmente, la universalización de los derechos económicos, sociales y culturales, también denominados «derechos humanos de segunda generación» (Vercher, 1998), que fueron reconocidos bastante después de los derechos políticos. Hubo que esperar a la Declaración Universal de 1948 para verlos recogidos, y mucho más para que empezara a prestárseles una atención efectiva. Entre estos derechos podemos destacar:

El derecho universal a un trabajo satisfactorio y a un salario justo, superando las situaciones de precariedad y de inseguridad, próximas a la esclavitud, a las que se ven sometidos centenares de millones de seres humanos (de los que más de doscientos cincuenta millones son niños).

El derecho a una vivienda apropiada en un entorno digno, es decir, en poblaciones de dimensiones humanas, levantadas en lugares idóneos –con una adecuada planificación que evite la destrucción de terrenos productivos, las barreras arquitectónicas, etc.–, y que se constituyan en foros de participación y de creatividad.

El derecho universal a una alimentación nutritiva, tanto desde un punto de vista cuantitativo (desnutrición de miles de millones de personas) como cualitativo (dietas desequilibradas), lo que dirige la atención hacia nuevas tecnologías de producción agrícola.

El derecho universal a la salud. Ello exige recursos e investigaciones para luchar contra las enfermedades infecciosas, que hacen estragos en amplios sectores de la población del Tercer Mundo (cólera, malaria, etc.), y contra las nuevas enfermedades «industriales» (tumores, depresiones...) y «conductuales», como el sida. Se hace precisa, del mismo modo, una educación que promueva hábitos saludables, que reconozca el derecho al descanso, que promueva el respeto y la solidaridad con las minorías que presentan algún tipo de dificultad, etcétera.

El derecho a la planificación familiar y al libre disfrute de la sexualidad, lo que significa que no se tenga que conculcar la libertad de otras personas, evitando y combatiendo, al mismo tiempo, las barreras religiosas y culturales que condenan, por ejemplo, a millones de mujeres al sometimiento.

El derecho a una educación de calidad, que se pueda prolongar a lo largo de toda la vida, sin limitaciones de origen étnico, de género, etc., que genere actitudes responsables, y que haga posible la participación en la toma fundamentada de decisiones.

El derecho a la cultura, en su más amplio sentido, como eje vertebrador de un desarrollo personal y colectivo estimulante y enriquecedor.

El reconocimiento del derecho a investigar todo tipo de problemas (origen de la vida, manipulación genética, etc.) sin limitaciones ideológicas, pero tomando en consideración sus implicaciones sociales y las que puedan tener sobre el medio, y ejerciendo un control social que evite la aplicación apresurada, guiada por intereses a corto plazo, de tecnologías que no hayan sido contrastadas de modo suficiente, y que pueden afectar, como tantas veces ha ocurrido, a la sostenibilidad. Se trata, pues, de completar el dere­cho a investigar con la aplicación del llamado Principio de Cautela, Precaución o Prudencia.

 INCONCLUSIÓN



Frente a las habituales «conclusiones» con las que parece obligado terminar un artículo, hemos elegido el título de «inconclusión» para resaltar el hecho de que apenas estamos en los comienzos de una década que será decisiva en uno o en otro sentido: tristemente decisiva, si continuamos aferrados a nuestras rutinas y no tomamos conciencia de la necesidad de revertir un proceso de degradación que nos envía con reiteración continua señales inequívocas en forma de calentamiento global, de catástrofes antinaturales, de pérdida de diversidad biológica y cultural, de millones de muertes por inanición y por guerras –fruto suicida de intereses a corto plazo y de fundamentalismos–, de dramáticos movimientos migratorios, etc. Por fortuna decisiva, si somos capaces de crear un movimiento universal en favor de un futuro sostenible que debe comenzar hoy. Ese es el objetivo que podemos y que debemos plantearnos, siendo conscientes de las dificultades, pero estando resueltos a no seguir escondiendo la cabeza bajo la tierra, y permaneciendo decididos a forjar las condiciones de un mundo nuevo (Mayor Zaragoza, 2000), que será plenamente solidario... o no lo será. 

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