ESCUELAS DE GEOGRAFÍA PARA
EDUCAR EN CIUDADANÍA
En los momentos del umbral del
tercer milenio, la geografía tiene ante sí nuevos retos. Los proyectos de
configurar un mercado mundial inciden en la posición estratégica de los
lugares, teniendo en cuenta los recursos humanos y posibilidades de desarrollo
local. Y en este ámbito surgen nuevas preocupaciones humanas, de tal manera que
los conocimientos geográficos se hacen cada vez más relevantes. Así la globalización
económica, las interrelaciones entre lo local y lo global hace más necesaria
una formación intelectual que facilite el diálogo entre el espacio y las
relaciones sociales.
Queremos plantear con claridad que el mito de la unidad de
la geografía ha servido para conformar una opinión pública que ha sido sumisa
con las estrategias emanadas desde el poder político. Sin embargo, lejos de
esta imagen de homogeneidad es fácil reconocer una pluralidad de enfoques en la
materia, que ya no sólo se corresponden sólo con un listado de hechos y
conceptos de una cultura académica, sino también los procedimientos y técnicas
utilizadas por los investigadores para solucionar problemas que se habían
planteado en relación con las expectativas sociales. Y mantenemos que estos
enfoques teóricos son los que posibilitan su utilización didáctica a través de
los proyectos curriculares.
El mito de la geografía “en
singular”:
de la dialéctica de los paradigmas a la pluralidad de enfoques
Cuando se debate acerca de la organización del currículo escolar se suele
identificar cada materia escolar con una sola manera de entender este
conocimiento. En el caso de la geografía se alude al papel de esta materia en
la enseñanza o de su relación con la historia y otras ciencias sociales. Todo
un discurso que reduce su aportación a una concepción decimonónica del saber
académico. Así la geografía y la historia eran las encargadas de dar cuenta del
sentido patrio del devenir histórico y del territorio organizado políticamente4
; una formación destinada a las elites sociales, pues ellas eran las
destinatarias de estas informaciones que se desarrollaban en Primaria Superior
y Secundaria. Más tarde fue necesario compendiar estos hechos en unos manuales
destinados a una población más numerosa. Desde entonces, finales del siglo XIX
e inicio del XX, los equívocos entre pasado e historia, entre espacio y
territorio o entre cronología y tiempo no han hecho más que aumentar.
El traslado de la geografía académica al marco escolar
En efecto, nuestra tesis indica
que la manera de entender la geografía escolar se remonta a la sistematización
que hace Paul Vidal de la Blache (1845-1918) del conocimiento geográfico, una
descripción de diferentes territorios (regiones y Estados) en las cuales se
combinaban factores del medio físico y de la acción antrópica. Cuando en el
siglo XX surgen nuevas formas de entender la explicación geográfica del
espacio, la consiguiente especialización (geomorfología, climatología,
biogeografía, geografía del género...) da lugar a una fragmentación disciplinar
que hace difícil seguir manteniendo las mismas posiciones educativas. Los
geógrafos universitarios ya no mantenían unas metas semejantes, que estaban
determinadas por la idea de la armonía entre el medio físico y la acción
antrópica. Aparecen nuevas preocupaciones que no eran ajenas al crecimiento de
la urbanización y de los conflictos que aparecían en la ordenación del
territorio.
Un diagnóstico semejante era el
que se podía verificar en los proyectos curriculares, que aparecen en el ámbito
anglosajón al socaire de la llamada Nueva Geografía. Una posición que contrasta
con las dudas esbozadas por el gremio de profesores de geografía e historia de
Francia o de las incertidumbres generadas por las innovaciones en Alemania.
En el caso que nos ocupa, la
definición del objeto de la geografía, el espacio, es bien elocuente de lo que
se ha comentado. Así, siguiendo la síntesis realizada por J. Ortega (2000;
366-367) podemos entender al menos tres concepciones de este objeto
disciplinar. En primer lugar, el que interpreta el espacio como medio natural,
o sea escenario sobre el que transcurren las relaciones sociales. En segundo
lugar aparece la visión subjetiva del espacio, como identidad humana, que se
proyecta sin límites definidos. En tercer lugar como práctica social, como
producto de la actividad humana, en gran medida como resultado de la
interpretación capitalista del espacio, que deriva en mercancía. Sin duda, la
opción hegemónica de la cultura escolar es la primera concepción, lo cual no
impide que surjan otras interpretaciones posibles.
En resumen podemos afirmar que no
sólo existe una pluralidad de enfoques en el análisis del objeto de la
geografía, sino también en sus objetivos y formas de abordar los problemas con
su enorme variedad de enfoques metodológicos y técnicas específicas.
Los diferentes contextos sociales de los investigadores y profesores
Por eso se hace preciso estudiar
los intereses concretos de los investigadores en sus prácticas profesionales.
No hay duda que el Estado de las Autonomías en España favoreció el auge de
monografías y síntesis regionales, que rehabilitaron el papel de la geografía
tradicional en beneficio de las autoridades políticas locales y autonómicas.
Igualmente los informes técnicos que solicitan las instituciones ha influido en
el auge de las técnicas y metodologías relacionadas con la ordenación del
territorio y el desarrollo sostenible, donde la geografía se reduce a una
panoplia de contenidos técnicos.
Espacio cotidiano, espacio
complejo, espacio banal, según las diferentes concepciones y que deriva en los
momentos iniciales del siglo XXI en el espacio cibernético, que modifica las
distancias físicas en aras de una proximidad telemática y construye nuevos
hábitos de relación social y espacial. Un espacio que nos remite desde la misma
etimología al concepto de orden, dominio (ciber). Un espacio que mantiene una
organización bajo el aparente caos de la simultaneidad de las relaciones
sociales.
Los modelos educativos y las teorías geográficas: De las teorías
paradigmáticas de aprendizaje a la diversidad social.
En relación con la educación que
se persigue a través de la geografía como materia de formación también
entendemos que existen diversas maneras de organizar los modelos curriculares;
o sea, cómo y qué se enseña. En España es predominante una concepción que
entiende que el profesorado y los manuales escolares son los depositarios del
saber y los alumnos sus receptores pasivos. También es cierto que se han
abierto nuevos enfoques a la innovación didáctica, que han considerado la
evolución de los paradigmas y las necesidades sociales. Sin embargo, el camino
de las mejoras pedagógicas es mucho más complejo, pues no sólo concierne al
cambio de métodos y objetivos de investigación, sino también a la capacidad
para convencer a otros colegas para romper con la hegemonía cultural de los
temarios y libros de texto.
El diálogo entre paradigmas y modelos educativos
Las investigaciones e
innovaciones en didáctica de la geografía se han preocupado por el papel de las
escuelas o tendencias dentro del campo disciplinar. En más de una ocasión se ha
definido esta cuestión como una relación directa entre los denominados
paradigmas en geografía y su aplicación didáctica en el mundo escolar. Sobre
este particular quiero hacer dos precisiones iniciales.
La quiebra del cambio paradigmático en los años finales del veinte
Desde una posición teórica de
cambio de paradigma, la geografía escolar se podía entender como una práctica
positivista, en la cual se producía una trasposición desde el ámbito académico
al escolar. Son los años ochenta y noventa, en las cuales se difunden las
teorías de Audigier, que tiene un núcleo difusor en Barcelona, muy próximas a
las expuestas por Chevallar para las matemáticas. Una posición que será
revisada en las décadas finales del milenio por autores procedentes del campo
de la historia de la educación: Goodson, Chervel o Raimundo Cuesta (2003). Las
relaciones entre el conocimiento científico y el escolar legitiman las materias
escolares como productos que proceden del saber docto, pero que llegan al aula
a través de los agentes y medios de las instituciones escolares, lo que genera
una forma específica de producción.
Una alternativa: los proyectos curriculares y el modelo del profesor
investigador
La renovación pedagógica,
presupuesto básico para aumentar la calidad docente, ha incidido desde los años
setenta en la reivindicación de la figura del profesor-investigador. Sin
embargo, en el caso concreto de la didáctica de la geografía y de la historia
este papel se ha confundido con el de una persona que hace su trabajo al margen
de la tarea docente; o sea, una persona que se desplaza a los archivos locales,
realiza diversos trabajos de campo y cita bibliografía académica. Creemos que
este sesgo de la investigación ha estado muy determinado por la coyuntura de
los estudios comarcales y municipales después de la “reconquista” democrática
del poder local en el período de 1975 a 1978, donde bajo una aparente
investigación educativa se repetían los tópicos de la geografía regional
aplicada a un territorio próximo y con una escala grande: el municipio o la
Comunidad Autónoma donde se ubicaba el centro escolar.
Implicaciones en la praxis escolar
La praxis escolar la podemos
definir como la adopción de una serie de medidas conducentes para confeccionar
un conjunto de actividades didácticas. Dicha actuación está guiada por nuestros
conceptos del saber escolar. Hemos pretendido reflejar en líneas precedentes
cómo puede influir en esta toma de decisiones el hecho de tener un conocimiento
riguroso sobre la pluralidad de perspectivas de análisis geográfico; o sea un
proyecto curricular. Un saber que implica una impugnación de la singularidad y
pretendida especificidad de la disciplina escolar que llamamos geografía.
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